
Fidel Castro estuvo ayer en todas las portadas de los periódicos digitales del mundo. “The New York Times”, “Le Monde”, “Le Fígaro”, “Al Jazeera”, “Clarín” y la “BBC” le dieron la primera plana a su renuncia como presidente de Cuba.
Sólo el ataque a las Torres Gemelas logró una coincidencia igual. Su decisión actuó como una bomba detonada en el Gramma y cuyas ondas se expandieron por los cinco continentes.
En distintos rincones del planeta, los líderes de las naciones más poderosas comentaron la noticia. Desde George Bush en África hasta el vocero de la Unión Europea camino a Kosovo.
En distintos rincones del planeta, los líderes de las naciones más poderosas comentaron la noticia. Desde George Bush en África hasta el vocero de la Unión Europea camino a Kosovo.
Nadie se rehusó a hablar de la figura más singular de la última mitad del siglo XX que se volvió aún más fuera de lo común por su capacidad para permanecer en pie a la entrada del siglo 21.
Un hombre que ha tenido siempre el don de sorprender.
Un hombre que ha tenido siempre el don de sorprender.
¿Quién esperaba que el acomodado hijo de un emigrante gallego, con un capital vinculado a las multinacionales norteamericanas, conjugaría las teorías de Marx, Lenin y José Martí, para construir su propia versión caribeña del comunismo y encabezar una revolución?
¿Quién vaticinaría, en 1956, cuando enfrentó a Fulgencio Batista en una guerra desigual, que tres años más tarde entraría victorioso a la Habana?
Nadie habría profetizado que la conclusión de su alegato de defensa, cuando fue juzgado al fracasar su primera incursión en el yate Gramma, sería repetida miles de veces a través de décadas por aquella impactante frase: “Condenadme, no me importa, la historia me absolverá”.
Impredecible fue siempre cuando, contando con el apoyo absoluto de un pueblo muy religioso, que permitía a los guerrilleros hacer huecos en las paredes de sus casas para moverse de un lugar a otro en la clandestinidad, lo condujo por un camino de transformaciones sin precedentes.
De haber sido una historia inventada, nadie consideraría verosímil la posibilidad de que el líder de una pequeña isla desafiara durante cinco décadas la nación más poderosa del mundo, situada a 25 millas de sus costas, viendo fallar una tras otra las estrategias de diez de sus presidentes para derrotarlo.
De haber sido una historia inventada, nadie consideraría verosímil la posibilidad de que el líder de una pequeña isla desafiara durante cinco décadas la nación más poderosa del mundo, situada a 25 millas de sus costas, viendo fallar una tras otra las estrategias de diez de sus presidentes para derrotarlo.
Inimaginable era vaticinar que el joven visionario, soñador, adorado por el pueblo, promotor de reformas sociales educativas y sanitarias sin comparación en América Latina, sería calificado por sus adversarios como “el viejo dictador”, el mismo claificativo que los revolucionarios usaban contra Fulgencio Batista a quien Fidel combatió.
Asimismo, nadie habría apostado que el retiro, que ninguno de sus poderosos enemigos logró, Castro lo anunciaría de manera voluntaria.
Supongo que, atendiendo a una de las frases escritas en su carta de renuncia, “Hay que ser consecuentes hasta el final”, también su muerte, o su regreso, nos tomará de sorpresa.
By: Alicia estevez ( cosas de duendes )
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